La más antigua demanda latinoamericana, el reconocimiento del menor desarrollo con el fin de aligerar sus compromisos en materia de liberalización, no presenta mejores perspectivas. La reducción arancelaria, según han observado decenas de estudios, le impone al mundo en desarrollo un esfuerzo productivo y fiscal sin precedentes, ya que tiene que igualar el promedio arancelario de los países industrializados (5%) partiendo de un nivel tres veces más elevado (15%). Esto, sin que por ello se garantice el acceso de sus productos a los mercados mayores, protegidos por subsidios y leyes proteccionistas.

 

04/09/2003
Economía
Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago

De todos los problemas que azotan a los países pobres del mundo en la era de la globalización, pocos son tan ampliamente condenados como los subsidios que los países ricos suministran a sus agricultores. Las naciones del Sur sufren porque los precios de sus cosechas se desploman en los mercados mundiales cuando productores agropecuarios relativamente prósperos reciben incentivos gubernamentales para aumentar la producción.

Hace un tiempo que los habitantes del hemisferio sur del planeta han comprobado que la globalización no es tan global como muchos aseguran. Una prueba de esto es el reparto desigual de beneficios. Como ejemplo se puede poner el tema de los subsidios agrícolas de los países desarrollados y sus consecuencias sobre las economías de los países pobres.

Los que se oponen a la globalización han calificado a las economías del norte de hipócritas a la hora de profesar sus políticas y dar cátedra sobre los beneficios del mundo global en el que vivimos.

Desde el comienzo de la década de 1990, los países industrializados han empujado a los más pobres para que eliminen sus barreras arancelarias y abran sus puertas al comercio mundial, mientras ellos mantienen las suyas contra los productos agrícolas, sin importarles que de esa forma se prive a los países en desarrollo de los tan necesitados ingresos vía exportaciones.

Entretanto, los teóricos y técnicos se desviven por encontrar las fórmulas que sacarán a los países pobres del subdesarrollo. La solución parece fácil: terminar con los subsidios; pero parece que a una parte de los países del mundo no les conviene encontrarla.

Las industrias manufactureras de los países pobres deben competir con los productos manufacturados de las economías más fuertes que al ser, en la mayoría de los casos, más baratos, ponen fin a la industria nacional. Mientras tanto los países desarrollados continúan protegiendo a sus productores agrícolas, colocándole un freno a los productos extranjeros.

Se trata de un "juego" desparejo en el que unos pocos ganan mucho y muchos ganan poco. Para poder colocar sus productos, los países desarrollados apoyan la globalización y el liberalismo, pero cuando los demás países quieren venderles sus productos se vuelven proteccionistas.

Para millones de productores agrícolas de América Latina, Asia o África, el proteccionismo de los países desarrollados revierte en su ruina económica, ya que su producción se ha vuelto poco competitiva. Debido a esto, millones de campesinos de los países subdesarrollados han abandonado el campo para emigrar a las ciudades, dejando atrás sus tierras y una de las profesiones más viejas del mundo: la agricultura.

Las exportaciones del tercer mundo son cada vez menos

Según el Instituto Internacional de Estudios de Políticas Alimenticias (IFPRI), eliminar los subsidios agrícolas que distorsionan el libre comercio en la Unión Europea, Estados Unidos y otros países industrializados permitiría que las naciones en desarrollo triplicaran sus exportaciones agrícolas a cerca de 60.000 millones de dólares anualmente.

En Estados Unidos y Canadá, las medidas proteccionistas están concentradas en productos textiles y prendas de vestir, mientras que en la Unión Europea y Japón se enfocan a productos agrícolas y alimenticios.

A su vez el informe afirmó que mientras las políticas económicas de la Unión Europea afectan en más de 20.000 millones de dólares a las exportaciones de los países subdesarrollados cada año, las de Estados Unidos afectan en unos 11.000 millones y las de Japón en 5.300 millones de dólares.

Las exportaciones menores reducen los ingresos de los agricultores y sus negocios relacionados con los países desarrollados en aproximadamente 24.000 millones de dólares cada año. América Latina y el Caribe es la región que sufre el mayor impacto, donde los ingresos se reducen en 8.300 millones de dólares anualmente, mientras que Asia pierde 6.600 millones y África subsahariana cerca de 2.000 millones de dólares al año.

Un estudio del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional ilustra algunos de los efectos perversos de los subsidios en mercados como el del algodón. Si su precio no estuviera deprimido por los subsidios, en seis años se podría reducir a la mitad el número de gente que vive en la extrema pobreza en la nación africana de Burkina Faso.

El informe advierte que los subsidios equivalen a aproximadamente un tercio del ingreso anual promedio de 35.000 dólares de los algodoneros norteamericanos. En Burkina Faso, el ingreso per cápita es de menos de 350 dólares al año.





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