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  Afganistán  

A las niñas que sobrevivan, huérfanas o no, la pobreza y la destrucción provocadas por las guerras las han convertido, a velocidad rampante, en mercancías cuyo precio oscila entre los 300 y los 800 dólares

 

15/04/2003

El peor lugar para dar a luz

Según un estudio de UNICEF, las mujeres afganas están muriendo por complicaciones prevenibles en el embarazo y el parto por la negación de sus derechos más esenciales.

Este mes, un informe de UNICEF (Fondo de Naciones Unidas para la Infancia), presentado en Kabul conjuntamente con el ministerio afgano de Salud Pública y el Centro estadounidense de Control y Prevención de Enfermedades (CDC), señala que la tasa de mortalidad materna en Afganistán es el doble que en Irán, doce veces mayor que en Níger y ciento treinta veces mayor que en Estados Unidos.

La mayoría de las muertes ocurre por obstrucciones en el parto o por hemorragia, y que 90% de ellas son prevenibles, si se contara con los recursos más elementales, tales como el control y educación prenatal, el monitoreo de posibles complicaciones, el acceso a oportunas cesáreas, y, por supuesto, la atención por parte de personal idóneo durante el parto.

Este último elemento reviste importancia crítica en un país donde el acceso geográfico a los servicios de salud puede traducirse en cuatro días de tránsito a caballo para una mujer que habite en Badakshan, donde no es de sorprender que la mortalidad materna llegue a 6.500 mujeres por cada 100.000 niños nacidos vivos, el mayor registro histórico documentado en el mundo hasta el presente, y que se enmascara bajo el promedio nacional de 1.600 muertes que, ya de por sí, hacen de Afganistán el lugar más peligroso para embarazarse y enfrentar un parto.

Masacre silenciosa

Las cifras sobre Badakshan ilustran el abismo entre la situación de las mujeres rurales y las urbanas, pero arrojan luz, asimismo, sobre otro aspecto que contribuye a esta silenciosa masacre de mujeres e infantes: las tradiciones imperantes. Invocando el Islam, se han impuesto reglas sociales que impiden la libertad de movimientos de la mujeres, que sólo pueden salir del hogar acompañadas de un familiar del sexo masculino, aunada a la prohibición de ser atendidas por un médico hombre, en un país donde, si los médicos escasean en general, más raras aún son las mujeres que pueden ejercer dicha profesión. A las mujeres les es sistemáticamente denegado, por parte de sus propias familias y sus comunidades, el acceso a los servicios de salud que les podrían salvar su vida, y la de su hijo o hija.

Esta tragedia no es sólo un “tema de mujeres”, tal como lo demuestra el estudio previamente mencionado que involucró entrevistas por parte de trabajadores de la salud en 13.000 hogares. El informe revela que sólo un 25% de los bebés cuyas madres mueren durante el parto logra cumplir un año de vida. Es decir que, de cada cuatro huérfanos cuya madre muere durante el parto por causas médicas evitables, sólo uno alcanzará su primer cumpleaños.

Agotadas por la desnutrición, y quebrantada su salud por la guerra, la avitaminosis mina el cuerpo de las embarazadas. Sin asistencia médica, sin apoyo familiar ni comunitario, extenuadas y malnutridas, las mujeres afganas mueren como moscas. A las niñas que sobrevivan, huérfanas o no, la pobreza y la destrucción provocadas por las guerras las han convertido, a velocidad rampante, en mercancías. A cambio de una dote, y a pesar de esta práctica está prohibida por el código civil afgano y por la ley Islámica los empobrecidos padres las venden a hombres adultos con mayores recursos económicos.

El precio de una niña afgana en este mercado oscila entre los 300 y los 800 dólares, donde el tiempo de espera para apoderarse de la criatura va en desmedro del margen de lucro de los vendedores. Según entrevistas realizadas, los padres dicen tener conciencia de la incorrección de su proceder, pero sostienen carecer de alternativa.

Fuera de toda agenda

Mientras tanto, la perspectiva del presidente del gobierno de transición Hamid Karzai parece notoriamente alejada del panorama que emerge de esta investigación basada en las llamadas “autopsias verbales” que reconstruyen este innecesario camino a la muerte de madres e hijos, de acuerdo a lo que parece surgir de las declaraciones durante la conferencia de naciones y organizaciones donantes realizada en Tokio en febrero de 2003.

Karzai, en efecto, logró negociar un monto de 51 millones de dólares en concepto de ayuda al desarrollo para un plan de tres años de reconstrucción de un país destruido por la guerra cuyos fundamentos se asientan en tres pilares: “desarme, desmobilización y reintegración”. Dicho programa, que comenzó el 21 de marzo – el día del año nuevo afgano, y dos día después del comienzo de la guerra contra Iraq- fue argumentado sobre la base de los logros del año 2002.

En los éxitos mencionados, Karzai citó la matriculación escolar de 3 millones de niños; el acceso a los servicios de salud; el regreso de casi 2 millones de refugiados en ocho meses, y la plena implementación de una nueva moneda única.

En contraste con la cabalgata de éxitos presentada por Karzai a la comunidad donante, al presentar este informe, el viceministro de Salud Pública, Feroozuddin Feroz, pidió un minuto de silencio por “las muertes y el dolor de nuestras hermanas y madres en esta nación asediada”.





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