Nuevo presidente hutu, país todavía violento El portavoz del FDD, principal
fuerza rebelde, calificó la transmisión de mando
como “insignificante. No hay diferencia entre
Buyoya y Domitien. Es el mismo sistema, el mismo gobierno”
y llamó al pueblo de Burundi a “no distraerse
con la ceremonia”. En Bujumbura,
la capital del país, el 30 de abril Domitien Ndayizaye,
quien proviene de la etnia hutu, mayoritaria en el país,
ha reemplazado formalmente en el cargo de presidente de Burundi
al mayor Pierre Buyoya, este último proveniente de la minoría
tutti que, desde la independencia, ha controlado el poder en el
país. En la misma semana de asunción de Ndayizaye llegó a Bujumbura la primera misión de paz de la Unión Africana, compuesta por más de un millar de soldados sudafricanos. Es éste el primer contingente de una fuerza de 3.500 soldados, que incluye tropas mozambiqueñas y etíopes, cuyo fin es monitorear el frágil cese al fuego. Estas tropas, sin embargo, han constado con apoyo casi nulo de los donantes internacionales que se habían comprometido a financiarlas. De hecho, a pesar de que, en lo formal, se
está cumpliendo el cronograma de transición pactado
para poner fin a la guerra civil que ha durado 10 años
en el país y que Ndayizaye
pasa a presidir el nuevo gobierno transitorio, un paso más
en el cumplimiento del pacto para poner fin a un conflicto que
ha causado la muerte de 200.000 personas, la
violencia persiste. Según la organización no gubernamental Human
Rights Watch, ha habido operaciones militares en nueve de las
17 provincias del país durante los últimos dos meses. Por su parte,
Ndayizaye (el cuarto hutu en 16 años en tomar como juramento
como presidente -sus antecesores fueron derribados), en su discurso
de asunción, juró “trabajar por el bien de
todos los burundeses, combatir el genocidio y la exclusión
y garantizar el respeto de los derechos humanos”. Posición de riesgo Según analistas, el nuevo presidente
se verá en extremo presionado por las partes. Entre los
puntos fundamentales de su agenda de paz, deberá conservar
la confianza del poderoso ejército nacional, liderado por
tutsis, al tiempo que deberá persuadir a los rebeldes hutu
a detener la lucha. Las tres anteriores
presidencias ejercidas por hutu tuvieron finales drásticos:
dos fueron derribados por golpes de estado militares y uno murió
en un misterioso accidente aéreo, junto al presidente de
Rwanda, en 1994. De todos modos, según analistas, la diferencia,
en este caso, es que los principales partidos políticos
del país firmaron los acuerdos de paz de Arusha, en 2001,
que supuestamente han diseñando el camino hacia la paz. No
obstante estas diferencias, la asunción del nuevo presidente
ya está marcada por rumores y especulaciones respecto
a que, en rigor,
Buyoya nunca aceptará abandonar el poder. El reemplazante
de Mandela como mediador principal, el vicepresidente sudafricano
Jacob Zuma, si bien reconoce la existencia de estas especulaciones,
se ha manifestado optimista, enfatizando la vigencia de los acuerdos
de Arusha. Por su parte,
el portavoz del FDD, Gelase Ndabirabe, calificó la transmisión
de mando como “insignificante. No hay diferencia entre Buyoya
y Domitien. Es el mismo sistema, el mismo gobierno” y llamó
al pueblo de Burundi a “no distraerse con la ceremonia”. Buena parte
de la población parece compartir la desconfianza expresada
por el FDD. Alison Des Forges, asesora principal para la división
africana de Human Rights Watch señaló que
Des Forges agregó que “los burundeses ven la
transición como un tiempo para temer y no para la esperanza.
Los civiles todavía
no confían en que dejarán de ser blanco de violencia
impredecible, ya sea por parte del gobierno o de los rebeldes”. Esta desconfianza
generalizada no implica deseo, por parte de la población
común, de que se mantenga el conflicto. Por el contrario,
las divisiones étnicas parecen menos importantes hoy día
que el reconocimiento, por parte de la mayoría de las etnias,
de que el sufrimiento ha sido compartido. Por ejemplo, muchos
jóvenes pertenecientes a la etnia tutsi han afirmado a
medios internacioales que no les importa quién gobierne,
en tanto traiga paz y prosperidad al país. Para Des
Forges y Human Rights Watch, lo relevante para que se alcance
la paz es que se tomen medidas “para implementar el cese
al fuego, que los donantes internacionales apoyen económicamente
a las fuerzas de paz, y que las autoridades legislativas
y judiciales brinden una nueva y aplicable legislación”.
“Las promesas no han llevado a Burundi a ninguna parte”,
agregó. Las
palabras y los muertos Una muestra
de lo irrelevante que pueden ser las promesas y legislaciones
sin amparo en la realidad puede advertirse en los
orígenes de este conflicto que lleva ya una década
y que ha masacrado a las distintas etnias (los muertos han sido
85% hutus, 14% tutsis y 1% twas). En 1992, Buyoya (llegado a la
presidencia a través de un incruento golpe militar en 1987)
promulgó una constitución multipartidista y llamó
a elecciones a celebrarse en 1993. Buyoya, al frente de la Unión
por el Progreso Nacional (UPRONA) -con mayoría de dirigentes
tutsis- fue derrotado por Melchior Ndadaye, del opositor Frente
para la Democracia en Burundi (FRODEBU), mayoritariamente compuesto
por hutus. Tres meses después de haber sido electo, el
24 de octubre de 1993, Ndadaye fue asesinado durante una tentativa
de golpe militar. La primera ministra, Sylvie Kinigi, asilada
en la embajada de Francia, logró conservar el control de
la situación. Los líderes del alzamiento fueron
arrestados o huyeron a Zaire. Cyprien Ntaryamira -un hutu al igual
que Ndadaye- fue designado presidente por el Parlamento. Pero,
pese a fracasar la tentativa de golpe de Estado, el asesinato
de Ndadaye dio lugar a una de las peores matanzas de la historia
de Burundi. Partidarios del ex presidente atacaron a miembros
-tutsis o hutus- de la UPRONA, provocando la muerte de decenas
de miles de personas y el éxodo de otras 700.000. En ese
entonces se consolidaron las llamadas “milicias armadas extremista”
-hostiles a la convivencia con la otra etnia-, como los “Sin
derrota” tutsis o los “Intagohekas”(“los que
nunca duermen”) hutus y la violencia empezó a generalizarse.
El 6 de abril de 1994, Ntaryamira murió, junto con el presidente
rwandés, Juvénal Habyarimana, en un atentado contra
el avión en el que viajaban, en Kigali, capital de Rwanda.
Otro hutu, Sylvestre Ntibantunganya, sustituyó al presidente
asesinado. La violencia se intensificó, en particular entre
las milicias partidarias del "poder hutu" y el ejército,
controlado por oficiales tutsis. En febrero de 1995, la UPRONA
abandonó el gobierno para forzar al primer ministro Anatole
Kanyenkiko a renunciar. Su dimisión posibilitó la
nominación del tutsi Antoine Nduwayo y la vuelta de la
UPRONA al gobierno de coalición que integraba junto con
el FRODEBU. |
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