Etiopía tiene la incidencia más alta de desnutrición del mundo. A su vez, ostenta uno de los porcentajes más bajos del mundo en educación primaria y, por si fuera poco, el VIH/SIDA afecta al 30% de la población adulta, hecho que condiciona también la producción de alimentos.
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21/01/2004
El más hambriento
Miles de niños murieron en 2003 en Etiopía por la grave hambruna que azota a más de 13 millones de personas, casi 20% de la población total del país. Esta es una de las peores crisis humanitarias de los últimos 20 años, así como también una de las que pasa más desaparcibida.
La ausencia de lluvias en
las estaciones húmedas, entre otras causas, está
provocando en Etiopía una situación límite
que podría superar la crisis de 1984, en la que un millón
de personas murieron como consecuencia de la falta de alimentos
y agua potable. Unos 14 millones de etíopes podrían
verse afectados por esta situación insostenible, en la
que la mayoría de las cosechas se han perdido y las familias
de los medios rurales ven cómo su ganado, por la falta
de agua y alimentos, se muere.
La situación de hambruna por la que atraviesa Etiopía
comenzó a gestarse a lo largo de 2001, cuando 6 millones
de personas se vieron enfrentadas a una grave escasez de alimentos
provocada por la falta de lluvias. A comienzos de 2002, la Comisión
Nacional para la prevención de Desastres de Etiopía
(FDPPC), anunció que 5,7 millones de personas necesitarían
ayuda humanitaria, contando con la previsión de que las
lluvias belg (de marzo a mayo) aliviarían la situación;
sin embargo, algunas regiones del país como el Tigray,
no registraron precipitaciones. La situación se agravó
aún más con la escasez de las lluvias meher
(de junio a setiembre), lo que provocó una situación
de alarma general.
El problema ha afectado a toda la economía de un país
eminentemente agrícola (85% de la población vive
de la agricultura), donde los graneros están prácticamente
vacíos y los campos yermos. La hambruna se está
complicando con la aparición en algunos lugares de brotes
de malaria y de disentería (infección que tiene
como síntomas la diarrea con pujos y sangre). A esto hay
que sumarle la carestía general, lo que hace que muchas
personas vendan sus pertenencias, su ganado y, en algunos casos,
hasta sus casas, para obtener un mínimo de ingresos para
subsistir.
Etiopía tiene la incidencia más alta de desnutrición
del mundo. A su vez, ostenta uno de los porcentajes más
bajos del mundo en educación primaria y, por si fuera poco,
el VIH/SIDA afecta al 30% de la población adulta, hecho
que condiciona también la producción de alimentos.
Cabe agregar que las carencias sanitarias, una atención
médica inadecuada o inexistente y la contaminación
del agua han provocado que en algunas comunidades se estén
produciendo epidemias como la de malaria que están llevando
a la población a una situación aún más
crítica.
Pese a una leve mejoría de la economía del país
en los últimos años, aún son evidentes las
secuelas de la guerra con Eritrea que, además de devastar
miles de hectáreas, ha desplazado de sus hogares a 350
mil estíopes y ha dejado algunas zonas del país
repletas de minas. Todo esto hace suponer que sería muy
díficil reflotar a Etiopía, un país con más
de 62 millones de habitantes, que según los índices
de desarrollo humano del PNUD, se encuentra, con 110 dólares
de renta anual por habitante, en el puesto 171 de 174 entre los
países más pobres, menos desarrollados y más
desfavorecidos del planeta.
Durante 2003, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) ha recibido
300 mil toneladas de alimentos por un valor de 130 millones de
dólares para alimentar a aproximadamente 3 millones de
personas al mes en Etiopía. Una ayuda insuficiente, ya
que las necesidades reales de alimentos eran de entre 1,5 y 2
millones de toneladas.
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