Sociedad

Desastres naturales y refugiados


Actualmente, se calcula que en el mundo existen más de 22 millones de refugiados y 30 millones de desplazados dentro de las fronteras de sus países. Dentro de estas estadísticas, los gobiernos no tienen oficialmente en cuenta una categoría de refugiados poco convencional y que ha venido aumentando en los últimos años: los “refugiados ambientales”; se calcula que la cifra actual de éstos alcanza los 25 millones.

En los últimos años los desastres naturales han producido, por primera vez en la historia, más refugiados que las guerras y los conflictos armados de diversa índole. Aunque las estimaciones varían enormemente, se calculan en 25 millones las personas desplazadas forzosamente de sus hogares por problemas medioambientales de distinta naturaleza como sequías, desertificación, erosión de los suelos, accidentes industriales y otros factores. Para el año 2010 se estima que podrían llegar a ser 50 millones los desplazados por estos problemas.

El deterioro ecológico -sequías, plagas, desastres naturales, accidentes industriales y nucleares- acompaña a las hambrunas y a los conflictos armados, que además tienen repercusiones medioambientales de gravedad (bombardeos, destrucción de cosechas, utilización de armas químicas, etc.). Además, el impacto humano negativo en el medio ambiente agrava la intensidad de los desastres naturales y son los pobres quienes más sufren las consecuencias. Un estudio de la ONU de 1998 estimó que 96% de las muertes causadas por desastres ocurren en 66% de la población de los países más pobres del mundo.

Los refugiados ambientales no sólo son víctimas de los desastres naturales. Muchas veces el hombre es el culpable de los "éxodos ambientales". El 3 de diciembre de 1984 en Bhopal, India, una fuga de gas venenoso en la planta química de pesticidas de la compañía estadounidense Union Carbide provocó la muerte por envenenamiento de 30.000 personas y la migración forzosa de otros cientos de miles ante el riesgo que presentaba vivir en la zona.

En Bangladesh, en 1998, se produjo una explosión en una planta de la petrolera estadounidense Occidental Petroleum; 50 kilómetros a la redonda fueron totalmente calcinados por el fuego y cientos de personas murieron. El 20% de Bangladesh fue aislado durante seis meses del resto del país a causa de la explosión, mientras el gas, durante ese tiempo, continuaba contaminando al ambiente; sin embargo, no hubo ningún tipo de medidas para contrarrestar los efectos.

Detrás de estos accidentes de gran relevancia que logran conmocionar a la comunidad internacional, se encuentran casos cotidianos de destrucción ambiental que obligan a miles de personas a cambiar sus lugares de residencia. Son habituales los vertidos de petróleo, sustancias químicas y otros desechos industriales a ríos o costas que afectan la supervivencia de los habitantes, destrozan su hábitat, su modo de alimentación tradicional y, por ende, lo obliga a convertirse en refugiados. La deforestación de los bosques o la desertificación también obliga a muchas comunidades y familias a dejar sus hogares y los convierte en campesinos sin tierra, errantes en busca de un lugar dónde vivir y cultivar sus alimentos.

La labor irresponsable de algunas multinacionales en busca del mayor beneficio, sin importarles las consecuencias, está generando un gran número de refugiados, de los cuales no se tienen datos oficiales. Desde la aprobación de la Convención de Ginebra en 1951 como marco jurídico para los refugiados, el panorama, las características y la procedencia de éstos ha cambiado de forma radical. Un refugiado ya no es sólo el que huye de regímenes políticos represivos o de conflictos armados. Varias organizaciones no gubernamentales (ONGs) sostienen que es necesario renovar los marcos jurídicos y hacerlos acordes con los problemas actuales.

Una de las medidas que puede reducir el número de refugiados medioambientales es una mayor concientización del hombre como responsable directo de la degradación del medio ambiente y del empeoramiento de las condiciones de vida en el planeta. Se hace necesaria además la planificación de estrategias para reducir la vulnerabilidad de las zonas expuestas a amenazas ambientales conocidas y previsibles, enfatizaron las ONGs.

Kofi Annan, Secretario General de Naciones Unidas, señaló que edificar una cultura de prevención no es fácil. En tanto que los costos de la prevención deben pagarse ahora, sus dividendos se hallan en el futuro remoto. Además, los beneficios no son tangibles: son los desastres que no sucedieron.

Ser una industria ecológicamente responsable no es rentable. Ésta es, a menudo, la razón subyacente de que muchos gobiernos y empresas se resistan en invertir en la prevención de accidentes industriales o en medidas para reducir la vulnerabilidad de las zonas industriales. Pero cuanto mayor sea la responsabilidad ecológica humana, menor será la vulnerabilidad a los desastres.

Cambiar esta actitud requiere pensar a largo plazo, puesto que tan sólo con el paso del tiempo la prevención puede ahorrar dinero y -lo que es más importante- reducir el sufrimiento humano, ése que ni la ayuda humanitaria más generosa puede compensar, señaló Annan.

Naturaleza vs hombre

En 2002, 50 mil personas perdieron la vida en todo el mundo como consecuencia de las catástrofes naturales ocurridas en ese lapso. Se trata de una cifra alarmante, que se une al hecho de que los fenómenos en cuestión resultaron altamente costosos en materia de daños.

Se estiman pérdidas de casi 90 mil millones de dólares, más del doble de las contabilizadas en 1997, uno de los años con más pérdidas. Los especialistas afirman no recordar en mucho tiempo un período tan "cruel" en lo que respecta a azotes naturales contra el hombre.

En 2002, de los 1.700 millones de dólares solicitados por la ONU como contribución para los afectados por desastres naturales, apenas se recibió 60%, lo que creó un déficit severo en el apoyo a las poblaciones damnificadas. Además, en muchos casos los conflictos internos, guerras y disputas fronterizas evitaron que la escasa ayuda llegara a los necesitados.

Todo parece indicar que la tierra, los mares y la atmósfera se están tomando revancha contra los altos grados de contaminación y destrucción del ambiente que las sociedades modernas llevan a cabo y que determinan fenómenos naturales desestabilizadores. Estudios recientemente presentados a la opinión pública por cientificos de distintas estaciones meteorológicas establecen que en la década de 1990 los huracanes, terremotos, tornados, maremotos y otros eventos naturales ocasionaron un promedio de pérdidas de 35.000 millones de dólares por año.

En 1998, Indonesia, Brasil y Rusia sufrieron grandes incendios forestales, mientras tanto el fenómeno "el Niño" se hizo moneda corriente en varias naciones de América Latina, provocando inundaciones, sequías y destructivos temporales muy costosos en términos tanto materiales como humanos. Una situación similar enfrentaron Somalia y Sudán. Las lluvias excesivas afectaron a China y Bangladesh, en tanto el huracán Mitch asoló en forma masiva a Centroamérica y el Caribe. Un maremoto abatió a Papúa Nueva Guinea y un fuerte ciclón cobró 10 mil vidas en la India.

Efectos de "El Niño" 1997-1998

El Niño de 1997-98 afectó prácticamente a todas las regiones: África Oriental sufrió sequía y precipitaciones excepcionalmente intensas; Asia Sudoriental y América del Norte, períodos inusitadamente cálidos; Asia Meridional, sequía; América Latina y el Caribe, precipitaciones excepcionalmente intensas y sequía; y las islas del Pacífico, precipitaciones inusitadamente fuertes.

Las repercusiones socioeconómicas mundiales fueron diversas: Más de 24.000 personas murieron debido a fuertes vientos, inundaciones o mareas de tormenta que ocurrieron durante las intensas tormentas. Más de 110 millones de personas resultaron afectadas y más de 6 millones fueron desplazadas, ya que durantes las tormentas se perdieron infraestructuras comunitarias tales como viviendas, depósitos de alimentos, transporte y comunicaciones. Las pérdidas económicas directas superaron los 34.000 millones de dólares.

La sobresaturación de los campos redujo la producción agrícola en muchas regiones; en otras, la ausencia de tormentas y lluvias causaron prolongados periodos secos, pérdidas de cultivos y disminución del aprovisionamiento de agua. Los incendios forestales fueron más frecuentes y generalizados durante los períodos secos prolongados. Un mayor índice de enfermedades siguió al prolongado trastorno causado por el régimen meteorológico y el de precipitaciones, que trajeron como resultado la contaminación de las reservas de agua o un entorno más favorable para los insectos, que actúan como vectores de enfermedades.

01/11/2003



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