El preso como trofeo: violaciones en la cárcel
Popularizado en el filme Braveheart de Mel Gibson, el
“derecho de pernada” o de prioridad sexual de los señores feudales ante sus
lacayos tal vez no haya estado tan extendido en la Edad Media como la película
hace entender, pero para los dos millones de norteamericanos que viven entre
rejas es una terrible realidad diaria que sucede ante la mirada indiferente,
cuando no cómplice, de unos carceleros a quienes el derecho a la seguridad y la
integridad física se pierde simultáneamente con el de la libertad.
Convertida en un cliché del cine de prisiones y el humor popular, las violaciones
dentro del sistema carcelario, un fenómeno ciertamente difícil de estudiar, son
minimizadas por los directivos de los centros de detención en función de los
escasos porcentajes de denuncias efectuadas al respecto en los mismos. Sin
embargo la información oficial no se condice con las investigaciones
independientes realizadas sobre el tema, que han arrojado porcentajes pasmosos
al respecto. En diciembre del 2000 el Prison Journal publicó un estudio
basado en una investigación sobre los presos de siete cárceles y cuyo resultado
mostraba que el 21 % de los internos había mantenido al menos un contacto
sexual forzado o bajo coacción desde su ingreso, y que por lo menos un 7 %
había sido violado dentro de la cárcel. Otro estudio similar en Nebraska arrojó
un porcentaje muy similar (22 %). Extrapolando estos resultados a nivel
nacional se tiene el resultado de que unos 140.000 presos han sido violados en
prisión.
Este fenómeno de violaciones casi sistematizadas tiene que ver tanto con las
privaciones sexuales de los reclusos como con la reproducción de los estatutos
de poder en un sistema que se estratifica mediante la violencia. El fenómeno se
agravó a causa de la sobrepoblación carcelaria, que obligó a recluir juntos a
internos de diversa peligrosidad, y se multiplica ante los ojos de las
autoridades carcelarias que lo consideran algo endémico o inclusive una parte
del castigo que significa el ser encarcelado. El daño psicológico que implica
en los reclusos esta costumbre es imposible de cuantificar y es difícilmente
reversible durante la encarcelación ya que el preso “marcado” como posible
presa sexual a causa de su debilidad es permanentemente sometido por los demás,
llegando a considerársele una mercancía pasible de ser vendida o alquilada
dentro de la prisión. El preso se encuentra así en una sistema jerárquico
diametralmente opuesto al propuesto por la sociedad en el exterior, y en el
cual muchas de las virtudes socialmente aceptadas y promovidas como valores
(piel blanca, juventud, educación, atractivo físico) pueden volverse en su
contra, ya que ahora no cuenta con la protección de una sociedad que lo
considera como “caído de la gracia”. El encono con el que aparato legal
norteamericano ha perseguido a las minorías raciales las ha convertido dentro
de las cárceles en mayorías numéricas y, por ende, en las que imponen una nueva
estructura de códigos en la que la violación del menor y más débil es casi una
ley. Por otra parte la extensión del SIDA a partir de los años ochenta
convirtió para muchos a la violación carcelaria en una virtual -y lenta-
condena a muerte.
Al no haberse estructurado sistemas que faciliten la denuncia de los casos de
violación, denuncia que generalmente causa nuevos y mayores prejuicios a la
víctima, este delito se considera como normal y casi aprobado en forma tácita.
La violación masculina, auténtico tabú en la sociedad norteamericana pero parte
inseparable del folklore carcelario, es además de una constante afrenta a los
derechos humanos de los presos otro estigma que colabora a hacer cada vez más
difícil la re-inserción de los mismos en una sociedad que, más allá del
discurso oficial, no parece muy interesada en que esto suceda. En una sociedad
en la que el sexo vuelve gradualmente a ser visto con una óptica condenatoria y
neo-puritana, el ex presidiario se vuelve automático sospechoso de haberlo
ejercido en sus aspectos más inaceptables -es decir en forma homosexual,
forzada y sanitariamente imprudente- y en sus dos caracteres de víctima y
victimario. Una nueva condena agregada a la de los años de reclusión sufridos
que agrega piedras en el camino de la rehabilitación social.
15/04/2003
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