Relaciones Internacionales

La guerra global: ajuste de cuentas entre particulares
La guerra, hoy día, es rara vez una confrontanción clásica entre las fuerzas armadas de dos o más estados. Los enormes desequilibrios entre los poderes políticos, económicos y militares han promovido el desarrollo de nuevas formas de conflicto que desafían la perspectiva convencional de la guerra.

La Guerra Fría, en su momento, marcó un cambio con respecto a las prácticas bélicas que se vieron clausuradas con la Primera y Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos y la Unión Soviética prepararon sus arsenales ejércitos menos para combatir que para asegurar que ambos serían destruidos en caso de enfrentarse en combate; el conflicto derivó a guerras de "baja intensidad" en países del Sur, donde las potencias, en caso de comprometerse en combate, veían cómo la contraparte actuaba como agente escondido, armando, entrenando o financiando al adversario. Tal lo que sucedió a Estados Unidos enfrentando al Vietcong apoyado por la URSS o al Ejército Rojo enfrentando, en terreno afgano, a los mujaidines armados, entrenados y financiados desde Washington. La mayoría de las guerras, desde 1945 fueron guerras civiles, y muchas de ellas involucraban el problema de guerra de guerrillas, a escala reducida, que disminuía la ventaja estratégica que, a priori, podían tener los grandes ejércitos de los estados.

A partir de la década de 1990, entre analistas militares vino ganando prestigio el concepto de "conflictos asimétricos": las fuerzas que se enfrentan no comparten el mismo poderío militar, sus tácticas son disímiles. Para los analistas del Pentágono, por ejemplo, se han desvanecido las fronteras entre gobiernos y pueblos, ejército y civiles, publico y privado; según Washington, hoy día grupos no nacionales y transnacionales, cuya motivación es la ideología, la religión, la adhesión cultural o las actividades económicas "ilegales" han empujado, según insiste la terminología oficial de Washington, "a la anarquía a buena parte del mundo".

Antiquísima asimetría

Como se observa, la guerra asimétrica no es más que un concepto que escapa a las reglas del pacto internacional que comenzó a tener vigencia con la Sociedad de Naciones primero y con Naciones Unidas después. Más aún, es tan vieja como la práctica misma de la guerra; se trata de confrontaciones entre poderosos y débiles. Terminada la Guerra Fría, según los analistas, ejemplos de guerra asimétrica lo son el combate de los separatistas chechenos contra el ejército ruso, el de los palestinos contra el ejército del Estado de Israel o también el uso del terrorismo. Los objetivos militares no serían ya la prolija pulverización de líneas enemigas, sino en muchos casos la erosión del apoyo popular a la guerra dentro de la sociedad del enemigo. Así, el uso y administración de la publicidad suele ser, según los teóricos de la guerra asimétrica, parte de la estrategia del David que enfrenta al Goliat o gigante armado de turno. En el conflicto asimétrico, siempre dentro de la óptica de sus teóricos, no sólo los informativos de televisión pueden volverse un arma operativa más poderosa que la divisiones armadas sino que, además, se desvanece la distinción entre guerra y paz, y los frentes o campos de batalla se vuelven indefinibles. Al mismo tiempo, estos analistas entienden que, si bien las tácticas terroristas son percibidas como crímenes por las leyes internacionales, son una forma -casi privilegiada- de guerra asimétrica. A esto es imprescindible agregar una explicación económica: como señala Marwan Bishara, profesor de relaciones internacionales en la American University de París, la amenaza asimétrica de los terroristas crece a partir de la "increíble diferencia cuantitativa de fuerza y riquezas entre Norte y Sur.... Cuando los pueblos se sienten tan inferiores militar y económicamente -agrega- adoptan medios asimétricos, y no los usuales, para alcanzar su meta". Hay coincidencia entre los estrategas del Pentágono respecto a que fue Saddam Hussein, el presidente iraquí, el último que tuvo el mal tino de presentar una guerra simétrica a la superpotencia militar, durante la Guerra del Golfo de 1991.

Ejércitos privados

Al tiempo que sus analistas comenzaban a teorizar el nuevo tipo de guerra, el ejército de Estados Unidos comenzó a privatizarse, subcontratando operaciones militares. Esta práctica, llamada outsourcing por sus propulsores, es definida por sus críticos como la contratación de mercenarios a sueldo. Debido a esta privatización se subestima a menudo la escala de la intervención militar estadounidense en otros países, porque un número creciente de quienes las llevan a cabo son ciudadanos privados, quienes viajan internacionalmente como si fueran simples empresarios o turistas. Jan Schakowsky, congresista demócrata, ha señalado que la contratación de servicios militares, proceso en el que no se rinden cuentas, "es una manera de financiar guerras secretas con dinero de los contribuyentes que podría meter a Estados Unidos en un conflicto como el de Vietnam".

De momento, hay varias firmas privadas estadounidenses que llevan a cabo la política militar antidrogas de Washington en Sudámerica. DynCorp, compañía basada en Reston, Virginia, maneja gran parte del componente aéreo de las actividades antidrogas en los Andes, que consiste mayormente en arrojar herbicidas sobre supuestos plantíos de coca y marihuana. Según Corporate Watch, con más de 20 mil empleados y 550 instalaciones alrededor del mundo, DynCorp es por mucho la compañía privada que más dinero recibe del Pentágono, aunque también recibe pagas del FBI, la CIA, los departamentos de Justicia y de Estado, el Servicio de Rentas Internas, la agencia antidrogas DEA, la Comisión Federal de Comunicaciones y otras. DynCorp, además asistió a cascos azules de Naciones Unidas en Angola y en 1999 obtuvo un contrato del Departamento de Estado para verificar el cese del fuego en Kosovo, al tiempo que entrenó fuerzas policiales en Panamá, Somalia, El Salvador, Bosnia y Haití.

La guerra como ajuste de cuentas

La privatización del ejército es, en sí misma, una práctica asimétrica, que confunde al particular con el estado; dentro de un marco, como el actual, en el cual la única superpotencia vigente, Estados Unidos, califica a otros estados de "rufianes" o "criminales", negándoles la soberanía que hizo al pacto internacional que rigió tras la Segunda Guerra Mundial, no debe extrañar que las guerras parezcan dirigidas contra abstracciones, como sucede con la "guerra al terror" que declaró en 2001 el presidente estadounidense George W Bush tras los atentados contra el Pentágono y el World Trade Center. En efecto, es imprescindible encontrar en la práctica político-militar de Estados Unidos y sus aliados inmediatos la declaración del fin de las guerras simétricas e internacionales ya que, al negar a otros estados la soberanía, lo que impera es la trasnacionalización -o globalización- de los conflictos.

Al declarar a otros estados "rufianes" o "criminales", el único pacto que, unilateralmente, pasaron a tomar en cuenta la superpotencias y su aliado el Reino Unido fue, en primera instancia, el policiaco. Convirtieron al soberano (el estado) en un particular, en muchos casos un criminal, y trataron de convertirse ellos mismos en los agentes de un orden impalpable o, al menos, no jurídico. Pero eso también quedó atrás. Si en primera instancia, a través de la OTAN y los bombardeos a Yugoslavia, USA y el Reino Unido quisieron transformarse en la policía del mundo, amparándose en un tribunal internacional, con su guerra al terror se han convertido en vigilantes (parapolicías) que sirven a ley ninguna. El último quiebre del pacto internacional fue el hecho de que el presidente George W Bush declarase al terrorista Osama Bin Laden un criminal con cabeza bajo precio. Evaporando todo marco regulatorio y jurídico -la verdadera contracara de la asimetría bélica- la superpotencia certificó el fin del pacto internacional; no podía haber juicio; sólo un ajuste de cuentas -extrajurídico- entre particulares.

14/04/2003

 El estado "descarriado"

Conjugando "amenazas", tras la Guerra del Golfo Pérsico, el entonces presidente de Estados Unidos, George Bush, señaló que los principales peligros que enfrentaría la paz mundial serían los "Iraks del futuro". Con esto se refería a estados del Sur que tuvieran armas de destrucción masiva, patrocinaran el terrorismo y amenazaran intereses estadounidenses en cualquier rincón del planeta. En 1997, la entonces secretaria de Estado en la administración que sucedió a Bush, Madeleine K. Albright, declaró que los "estados descarriados" (rogue states) "tienen como único propósito destruir el sistema internacional".
Los términos "estado paria" y "estado criminal" habían estado de moda en Washington desde la década de 1970, pero durante la administración de Bill Clinton se definió ese nuevo término a los Iraks del futuro (que ya eran su presente), una criba que le permite seguir erigiéndose en árbitro de la "comunidad internacional". De alguna manera, a partir de su propia ambigüedad, el término implica a estados a los que se considera "criminales", "patanes","granujas", "descarrilado" o simplemente "descarriados". Si alguna vez el término trató de referir a estados que no ahdirieran a la normativa del derecho, con el correr del tiempo se volvió una muletilla elástica que se utiliza para demonizar conductas como para organizar campañas en pro de apoyo político.

Soberanía y descarrilamiento

La mera adjetivación de estados miembro de Naciones Unidas implica un avasallamiento de la soberanía para aquellos que son incluidos en la "lista negra". El pacto de soberanía de los estados miembro era, por definición, el del relacionamiento igualitario entre los estados del planeta, pero los listados de países "descarrilados" implica que, más allá de Naciones Unidas, es Estados Unidos quien marca las pautas (o si se quiere las vías férreas) del itinerario mundial. Se es criminal si se transgrede una ley, se es granuja si se viola un marco moral, se es descarriado si se aparta del rebaño, se es descarrilado, finalmente, si se sale de la vía. El hecho de que el listado generado por Washington de países descarriados incluya también a Cuba, que no transgrede ninguna norma de la comunidad internacional, es un claro indicio de que se es granuja-descarrilado no en relación a la comunidad internacional sino a los intereses de Estados Unidos.

Más aún, si bien el término en apariencia referiría a violaciones de normas internacionales aceptadas, el mismo carece de toda validez en el derecho internacional. Deriva, fundamentalmente, de una cultura política, como la estadounidense, que ha visto tradicionalmente las relaciones internacionales como un conflicto entre las fuerzas del bien y las del mal (y que percibe a Estados Unidos como principal paladín de las primeras). Y dada su escasa base analítica y el hecho de que su uso es eminentemente político, genera contradicciones, ya que a la lista de "descarrilados" se ingresa selectivamente, de acuerdo a los intereses políticos de Washington, y no por "méritos".

Más allá de esta agonística del Bien y del Mal, en términos de conducta, la comunidad internacional se confronta a menudo con el mismo miembro descarrillado. Y éste no es otro que Estados Unidos, país que se retira unilateralmente de los Protocolos de Kioto o -en solidaridad con Israel- de la Cumbre Mundial contra el Racismo, o decide desconocer los pedidos de diversas cortes nacionales que solicitan la comparecencia de su ex secretario de estado Henry Kissinger.

En los mismos vagos términos en que el término "estado descarrilado" es aplicado a Irán o Corea del Norte, desde la óptica de la comunidad internacional, éste le cabría mejor a Estados Unidos, país que, desde 1945 hasta el presente, ha intentado derrocar más de 40 gobiernos soberanos y aplastar a más de 30 movimientos populares nacionalistas que luchaban contra regímenes intolerables. En este proceso, Estados Unidos ha causado la muerte de millones de personas y condenado a muchos otros millones a vivir en la desesperación.




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