Viva ahora, pague después
EN LA BIBLIA, Jesús se encolerizó con los prestamistas y los expulsó del templo. Luego, Shakespeare vilipendió al usurero Shylock en El mercader de Venecia. Sin embargo, hoy día, el capital global impulsa préstamos que recaen sobre la población pobre de países pobres como nunca antes, aumentando la brecha entre Sur y Norte, acelerando la crisis de la deuda y precipitando el caos económico y ecológico a gran escala.
Dante, en su Divina Comedia, había puesto
a los usureros en el mismo círculo que los violentos, o
practicantes de vicios contra natura. Al hacerlo, ese autor responde
a prohibiciones que, en buena medida, tienen una raíz ecológica
(es decir, en la economía de la naturaleza). A su vez toda
interdicción responde a una práctica preexistente;
la reiteración de la condena a la usura (véase cuadro
"Dioses y usura") subraya la tenacidad de la práctica,
que ha sobrevivido milenios. Se puede entender que la usura ha
sido un tabú sistemáticamente violado que, a partir
de la reforma protestante, y especialmente la "aceptación
con reservas" que recibió de Juan Calvino en
el siglo XVI, conquistó gran parte del mundo. Esta conquista
explotó como avasallante imperio de las finanzas y devino
una praxis que, en la actualidad, además de alinear a los
países del Sur como deudores y a los del Norte como acreedores,
alimenta la brecha entre pobres y ricos, acelerando las crisis
de pagos que provocan sismos económicos en todo el planeta.
Tabú
El tabú del incesto, por ejemplo, tiene en su base el interés
en fomentar la reproducción de la especie y en evitar la
confusión genealógica (el tiempo se orienta en sucesiones
de hijos, que devienen padres, que devienen abuelos, bisabuelos,
etcétera). En la medida en que la sucesión es también
una forma de dividir el patrimonio, ambas son formas económicas
de absorber el futuro. En cuanto a la usura, a lo largo de los
tiempos, se la ha considerado práctica antinatural, y su
antiquísima condena (véase el cuadro "Dioses
y usura") ha respondido a buscar un beneficio que trascendía
el económico. Se entendía que la transacción
usuraria -que garantiza a alguien la obtención de algo
por nada- constituye una violación de la ley natural y
está, por lo tanto, abocada a producir desequilibrio y
desintegración.
Usura y caos
Varias razones se han esgrimido para sostener la condena. Acaso
la primera objeción de la Iglesia Cristiana fue
que se trataba de un ingreso no ganado legítimamente (según
la Biblia el pan se debe ganar "con el sudor de la frente"),
lo que derivó en la "Doctrina del precio justo",
expresada en 1515 en el Concilio de Letrán: se trata
de un uso o ganancia obtenido sin trabajo, es decir no fructífero
en sí, y a expensas o riesgos del prestamista. En el Medioevo,
se establecía que era "vender una hogaza de pan y
luego realizar un sobrecargo por su uso" o, como señalara
Santo Tomás, "vender una misma cosa dos veces".
En la misma línea de razonamiento, un biógrafo hizo
decir a John Maynard Keynes -uno de los economistas clave
del siglo XX-, que el "amor por el dinero" como fin
y no como medio estaba "en la base de todos los problemas
económicos del mundo". La usura, en este sentido,
sería lo que marca la distinción entre el dinero
como mecanismo abstracto para negociar oferta y demanda, y el
dinero como fin es sí mismo.
La explotación que hace de los más necesitados fue
condenada por varias religiones (tanto las abrahámicas
como indias) y es todavía apreciable en esta exégesis
jainita (véase el cuadro "Dioses y usura") del
siglo XX, que recuerda que los pobres viven para el pago del interés
y no del disfrute del bien por el que solicitaron el préstamo:
"es la usura -esa despiadada, esa extorsionista- la que come
la médula de los huesos de los campesinos y los condena
a una vida de penurias y esclavitud". En su Sollicitude Rei
Socialis (1989) el papa Juan Pablo II señaló
que "el capital necesitado por las naciones deudoras para
mejor su estándar de vida termina siendo usado para pagar
los intereses de sus deudas". Por otra parte, economistas
contemporáneos han considerado que la pérdida en
utilidad que padecen los pobres al pagar las utilidades es mucho
más grande, incluso, que la ganancia de los ricos. Cada
unidad de interés pagado aumenta la pérdida de utilidad
marginal, lo que hace que, al operar, reduzca la utilidad en la
economía (esto implicaría que, quienes la justifiquen
como eficiente instrumento económico deban demostrar -cosa
que no han hecho- que la usura funciona para aumentar la utilidad).
Finanzas versus ecología
Otro argumento que se esgrime contra la usura es la práctica
de descontar valores futuros, ya que el interés compuesto
resulta en la apreciación de un capital monetario invertido,
y se tiende a privilegiar un monto específico en el momento
actual (valor presente neto) por sobre el mismo monto en el futuro.
Se ha señalado que esto podría llevar a la extinción
"económicamente racional" de las especies, simplemente
a causa de que la tasa de interés prevaleciente es mayor
que la tasa de reproducción de las especies explotadas.
Por otra parte, el valor presente neto orienta a maximizar las
utilidades para las generaciones presentes, a expensas de las
futuras. La economía financiera opera en base al interés
compuesto, en tanto la naturaleza funciona en concordancia con
el interés simple: el dinero depositado en un banco deviene
un plus (si un capital de 100 se convierte en 110 en un año,
el interés al segundo año se aplicará a este
nuevo monto), pero es difícil que un manzano produzca una
cosecha con un interés compuesto: se produce una disyunción
entre la economía natural y la financiera, cuyo resultado
es, o la progresiva destrucción de la naturaleza o la ausencia
de justicia social redistributiva, lo cual ha estado en la raíz
de los cracks financieros a lo largo de la historia. Al respecto,
existe una interpretación socorrida: si Judas Iscariote
hubiese invertido sus 30 monedas de plata en una módica
tasa de interés compuesto, que fueran pagados en el mismo
material al día de hoy, el equivalente en plata sería
equivalente al peso total del planeta.
14/04/2003
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