La novedad del estado-nación
Para comenzar a atacar el problema es preciso recordar que
los estados-naciones son una conformación jurídica
derivada del nacionalismo, ideología que, a su turno, cobrara
forma en el siglo XVIII, en Occidente. Recién a fines de
esa centuria comenzó a considerarse que la civilización
estaba determinada por la nacionalidad y que, por este principio,
cada individuo debía ser educado en su lengua materna y
no en otras de diferentes civilizaciones o épocas (como
el griego y el latín). Las primeras manifestaciones decisivas
de esta ideología, en lo político, fueron la revolución
de las colonias que firmaron la constitución de Estados
Unidos de América y la Revolución Francesa.
Tras ser agente activo de la emancipación del resto de
las colonias americanas a inicios del siglo siguiente, el nacionalismo
penetró la parte central de Europa, primero, y luego la
oriental. La máquina de excluir pueblos Los proyectos nacionales, ya desde sus primeras manifestaciones
en América -tanto la "sajona" como la "latina"-
se convirtieron en máquinas de exclusión. Los criollos
modelaron nación y estado de acuerdo a lenguas y culturas
europeas. Dentro de las premisas de este orden jurídico-político,
la lealtad y devoción del individuo hacia el estado-nación
trasciende cualquier otro tipo de intereses individuales o grupales.
Así, ya en sus primeras inflexiones americanas, las culturas
dominantes procuraron la uniformidad en todos los aspectos de
la vida, incluyendo vestimenta, religión, lenguaje o música,
despreciando y combatiendo todo lo diferente. Cuando los grupos
hegemónicos no consiguieron sus propósitos de establecer
una sociedad uniforme mediante la persuasión y la propaganda,
la impusieron por la fuerza. De la purga a la descolonización El modelo de estado-nación se impuso no sin trauma y genocidio en Europa. Con la retirada de los distintos imperios transeuropeos, desde el Austro-Húngaro hasta el Otomano, distintas nacionalidades reivindicaron su derecho a la autodeterminación e independencia. Esto, entre otras cosas, llevó a movimientos independentistas en Irlanda o Cerdeña, revitalización del separatismo vasco y catalán y a la violenta fragmentación de los Balcanes que prendió la mecha para la Primera Guerra Mundial (y que todavía en nuestros días, tras la retirada del Imperio Soviético, se reactivó con la guerra de la ex Yugoslavia y de los kosovares en Albania). La violencia del proceso sería catalizada a un punto hasta entonces no imaginable en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, con el genocidio de judíos y gitanos. Se puede afirmar que estas minorías fueron los "indios americanos del nacionalismo europeo". Tras la Segunda Guerra Mundial, la retirada de las metrópolis dividió África y Asia a través del proceso conocido como "descolonización", con fronteras muchas veces arbitrarias y delimitadas por las potencias en fuga. El arquetipo del estado-nación estaba suficientemente afianzado y los territorios de estos continentes debieron, de improviso, adaptarse a este modelo impuesto por la modernidad occidental. La ruptura de sus estructuras sociales tradicionales, la imposición de la organización del estado, desembocó en la infinidad de conflictos étnicos y religiosos que en África han volatilizado países (por citar apenas algunos, Somalia, Sudán, Rwanda). En Asia, con sólo recordar algunos conflictos, como los movimientos separatistas en Indonesia o en Sri Lanka, el pie de guerra permanente en que se encuentran potencias nucleares como India (con varios presidentes asesinados por conflictos de minorías) y Pakistán, la disolución del Kurdistán en cuatro repúblicas donde los kurdos son minoría, o las tensiones cada vez más explosivas entre Myanmar y Tailandia, se hace evidente que la imposición del modelo ha comportado, por sobre todo, violencia. La lógica de las minorías El estado-nación, como paradigma político, implica la generación sistemática de minorías, que son aquellas comunidades marginadas política, económica o culturalmente del modelo hegemónico. Los estados-nación son primordialmente monoétnicos (es decir, privilegian la cultura de una etnia). Estas minorías, en muchos casos, no son estadísticamente minoritarias; a veces los más populosos, como en Bosnia, son los relegados. Por otra parte, también los estados que han intentado prescindir, al menos a nivel superficial, de la ideología nacional, como por ejemplo el caso de la Unión Soviética (que suscribió a una ideología trasnacional, como el socialismo) no han hecho más que "tapar" temporalmente la tensión étnica derivada de la violencia con que se impuso el modelo. Comunidad versus territorio Una lengua, un territorio, una cultura. Esta homologación, que está en la base del estado-nación y en la raíz de buena parte de la violencia de los últimos dos siglos, merece ser repensada. Acaso las nuevas tecnologías, en la actualidad, estén propiciando un nuevo tipo de entendimiento. Tal el caso de las comunidades virtuales, organizadas a través de foros, chats y grupos de discusión de Internet. El mundo virtual, que se encuentra de por sí "desterritorializado" propicia la coparticipación de individuos que habitan diversos rincones del planeta, de múltiples lenguas y culturas. Acaso en un futuro no demasiado lejano sea ése el "lugar" o "lengua de civilización" donde muchos de los actuales conflictos encuentren resolución. 14/04/2003
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